lunes, 6 de junio de 2011

Memorias de una Amante. Entrada 2: El Vals.

Sinceramente el trabajo de Amante está infravalorado. 


Al pensar en "Amante" en el pasado siempre lo asocié con otra palabra... "Ramera" "Prostituta" o el vulgar y soez "Puta". 


Que estúpida fui. 


Ser... una Amante no es ser una mujer de mala vida. Yo podía decir que era virgen hasta hace poco... y había sido Él quién me había desflorado. Ser Amante es a capacidad que una mujer posee para confiarle su cuerpo a alguien. Y sólo a ese alguien. Sin las ataduras que conlleva una relación de algún tipo. 


Nunca imaginé que el despertar a  mi pasión pudiera ocasionar.... esos sueños... sueños nada puritanos... sueños de una Amante. 

Estaba en una sala de baile antigua y ornamental. Llevaba un vestido largo color violeta muy simple. Mi cabello estaba recogido y domado en un moño flojo sobre mi cabeza sujeto por una diadema de plata del cual caían tirabuzones que se derramaban por mi espalda. 


Estaba sola. O eso creí hasta que unos brazos fuertes me abrazaron 
-desde atrás- por la cintura. Me sobresalté. Aunque sonreí. El tenía un sagrado don para saber que estaba necesitada. 


Un Vals comenzó a sonar y Él -como todo hombre debe hacer- marcó el ritmo. Suave, lento y luego un giro. Más rápido. No. No es suficiente. La lenta cacofonía se asemejaba a la cópula que estaba por venir y que ambos ansiábamos


Su cabeza se enterró en mi hombro y comenzó a besarme. Su respiración era acelerada y, en cierta forma, ya me sentía satisfecha, dado que el erótico baile lo había excitado a él tanto como a mí. 


Y mientras las notas armónicas de un piano sonaban a la distancia el comenzó a desvestirme. Sus manos, ágiles, eran expertas al desatar las cintas que lo mantenían en su sitio. Una sonrisa de villano se extendió por su rostro, dado que, como el ya sospechaba, no tenía nada debajo de aquella diáfana tela. 


Yo le había estado esperando. 


Al tomarme entre sus brazos comenzó a devorarme entre besos hambrientos. Yo sólo quería más... más de Él, más de esas manos fuertes y rasposas que acariciaban mis pechos con tortuosa lentitud. Más de su lengua maligna que jugaba conmigo a placer. 


Más. 


Con mis manos temblorosas logre -aunque con dificultad- soltar a bragueta de sus pantalones. Para poner en este erótico a su gran y dura masculinidad en acción. 


Y con una rapidez que me dejó pasmada el se guió hasta mi húmeda cuenca. Y entonces comenzó la danza dentro de mí y a un ritmo sensual que me volvía loca. Ya no podía escuchar la música. Sabía que seguía sonando pero mis gemidos de placer opacaban cualquier otro sonido.


Mi mundo, de repente, dio vueltas en un interminable crescendo... y exploté y lo traje conmigo a este mundo onírico y maravilloso. 


Nos deslizamos juntos hasta el suelo donde reposé entre sus brazos. Allí en ése pacífico lugar me dormí bajo el arrullo de los arcángeles en La Creación de Haydn.



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